viernes, 2 de septiembre de 2016

carta de Antonio Nariño a su esposa

NARIÑO ESCRIBE A SU ESPOSA MAGDALENA ORTEGA Y MESA, NARRANDOLE LOS EPISODIOS Y AVENTURAS DE SU VIAJE EN BARCO DESDE LA HABANA HASTA 
ES
 Madrid, 19 de abril de 1796. Antonio Nariño. Madrid, y abril 19 de 1796.

 (A su esposa doña Magdalena Ortega y Mesa) 



Mi amada Matica: desde Cádiz y desde aquí te he escrito de mi llegada, ambas muy de prisa. Ahora quiero darte razón de todo lo que me ha sucedido desde mi última de La Habana, en donde nos fue una orden del gobernador el día 25 de enero para que con un solo oficial nos fuéramos a bordo de los barcos que se nos tenían destinados. Marchamos en barcas con nuestros oficiales al ponerse el sol, y nos embarcamos de noche para ir a los navíos, en donde subimos, siendo los del San Gabriel los últimos [... ] que entramos. Tomaron nuestros nombres y nos condujeron a lo más profundo del barco, y en el espacio de tres varas de ámbito pusieron nuestros equipajes y sobre él a nosotros, entre dos cañones y un centinela. Considérame, hija mía, colocado como un fardo en un lugar sin ventilación, donde dormían más de 50 marineros, el ganado, los puercos, los enfermos, sin cama, sin poderme desnudar, ni moverme, y en la idea de una peligrosa y larga navegación; pero a pesar de todo esto, una secreta esperanza de mejorarme de suerte y el no cogerme de nuevo el trato que se nos había siempre proporcionado 77 por esos buenos ministros, me hizo dormir toda la noche sobre mis baúles. Al otro día nos mantenían del mismo modo, pero habiendo bajado el segundo comandante me arrimé a él, le entregué una esquelita de recomendación, y le hice presente el modo como nos tenían y el ningún riesgo que había de que nos botásemos al mar. Este hombre adusto y de pocos amigos me contestó que sentía no estar en ocasión de poderme servir, pero que salié- ramos de allí y anduviéramos por el barco, supuesto que éramos personas de nacimiento. No quería yo más de su generosidad; salimos y comencé a trabar conversación con cuantos se me venían a las manos y con 

[... ] me di a conocer desde el comandante hasta el último oficial; mas no por esto dejábamos de bajar a dormir a unas redes a manera de hamacas con palos que nos pusieron en el mismo lugar, unos sobre otros, de modo que a mí me tocaba debajo de Cifuentes y no podía, no digo sentarme, pero ni moverme, según lo encima que lo tenía. Así fue que al tercer día ya estaba yo con calentura y concibiendo que de aquel modo no podía llegar a la mitad del viaje, con los conocimientos que me había adquirido, logré que un oficial me vendiera su camarote por $100, haciéndome cargo que si allí me moría, esta cantidad no me servía ni para el entierro. Ya comprenderás que este ajuste sería contando con Pepe Ayala y que, de acuerdo con él, cambié con Urdaneta por $25 que nos dio, y nos bajamos a la cámara en donde, a más de estar bien, nos proporcionaba los jardines, porque yo he sido tan escrupuloso con todos los marineros a cara descubierta y que quizá me hubiera costado un cólico. Pasamos nuestras camas al instante y comenzamos a vivir desde este momento. Ya no éramos sino unos pasajeros, ya pocos días unos amigos de todos los oficiales, que por [... ] 

eran muy buenos y los había de ilustración. No con ellos porque yo tenía mi l...]mayordomo por $100 y Pepe con los otros [ ] destable por 60 cada uno; pero jugábamos, comíamos y estábamos juntos día y noche. Estas amistades me proporcionaron el saber que yo no venía asentado en la partida de registro, y que en el barco no había más razón de mi venida que la que yo mismo había dado la noche que nos embarcamos. Con este conocimiento, viendo que a nadie comprometía, me propuse ponerme en salvo para la corte en el momento que se me proporcionara ocasión. Seguimos nuestro viaje en estos términos, sin más incomodidades que I las indispensables en la navegación, a pesar del buen tiempo que trajimos, y que son mayores de lo que yo me había figurado; son el verdadero espejo en que se conoce lo que puede la codicia del hombre y su atrevimiento. El 78 día de la Candelaria tuvimos uno de los espectáculos que ofrece esta terrible invención. Uno de los barcos que nos acompañaban hizo seña de hacer agua, y al medio [...] pedía pronto socorro: se le mandó arriara velas y con una bocina dijo estaba haciendo cuarenta [... ] de agua por hora al [... ]demás barcos que arrimaran, yen señas y providencias llegó la noche que fuera ponemos a todos en la consternación de contemplar perdidos a nuestra vista tanto número de infelices! Qué noche tan larga para nosotros y tan angustiada para los que comenzaban ya a hundirse. Vino el día y a los primeros rayos de luz ya estábamos sobre el alcázar a ver si existían y los reconocimos cerca de nosotros, y respiramos todos . . . . . . . . . . . . . 1. 


http://www.bdigital.unal.edu.co/334/16/70_75.pdf

No hay comentarios:

Publicar un comentario