NARIÑO ESCRIBE A SU ESPOSA MAGDALENA ORTEGA Y MESA, NARRANDOLE
LOS EPISODIOS Y AVENTURAS DE SU VIAJE EN BARCO DESDE LA HABANA
HASTA
ES
Madrid, 19 de abril de 1796.
Antonio Nariño.
Madrid, y abril 19 de 1796.
(A su esposa doña Magdalena Ortega y Mesa)
Mi amada Matica: desde Cádiz y desde aquí te he escrito de mi llegada,
ambas muy de prisa. Ahora quiero darte razón de todo lo que me ha sucedido
desde mi última de La Habana, en donde nos fue una orden del gobernador
el día 25 de enero para que con un solo oficial nos fuéramos a bordo de los
barcos que se nos tenían destinados. Marchamos en barcas con nuestros
oficiales al ponerse el sol, y nos embarcamos de noche para ir a los navíos,
en donde subimos, siendo los del San Gabriel los últimos [... ] que entramos.
Tomaron nuestros nombres y nos condujeron a lo más profundo del barco,
y en el espacio de tres varas de ámbito pusieron nuestros equipajes y sobre
él a nosotros, entre dos cañones y un centinela. Considérame, hija mía,
colocado como un fardo en un lugar sin ventilación, donde dormían más
de 50 marineros, el ganado, los puercos, los enfermos, sin cama, sin poderme
desnudar, ni moverme, y en la idea de una peligrosa y larga navegación;
pero a pesar de todo esto, una secreta esperanza de mejorarme de suerte y
el no cogerme de nuevo el trato que se nos había siempre proporcionado
77
por esos buenos ministros, me hizo dormir toda la noche sobre mis baúles.
Al otro día nos mantenían del mismo modo, pero habiendo bajado el segundo
comandante me arrimé a él, le entregué una esquelita de recomendación, y
le hice presente el modo como nos tenían y el ningún riesgo que había de
que nos botásemos al mar. Este hombre adusto y de pocos amigos me
contestó que sentía no estar en ocasión de poderme servir, pero que salié-
ramos de allí y anduviéramos por el barco, supuesto que éramos personas
de nacimiento. No quería yo más de su generosidad; salimos y comencé a
trabar conversación con cuantos se me venían a las manos y con
[... ] me
di a conocer desde el comandante hasta el último oficial; mas no por esto
dejábamos de bajar a dormir a unas redes a manera de hamacas con palos
que nos pusieron en el mismo lugar, unos sobre otros, de modo que a mí
me tocaba debajo de Cifuentes y no podía, no digo sentarme, pero ni
moverme, según lo encima que lo tenía. Así fue que al tercer día ya estaba
yo con calentura y concibiendo que de aquel modo no podía llegar a la
mitad del viaje, con los conocimientos que me había adquirido, logré que
un oficial me vendiera su camarote por $100, haciéndome cargo que si allí
me moría, esta cantidad no me servía ni para el entierro. Ya comprenderás
que este ajuste sería contando con Pepe Ayala y que, de acuerdo con él,
cambié con Urdaneta por $25 que nos dio, y nos bajamos a la cámara en
donde, a más de estar bien, nos proporcionaba los jardines, porque yo he
sido tan escrupuloso con todos los marineros a cara descubierta y que quizá
me hubiera costado un cólico. Pasamos nuestras camas al instante y comenzamos
a vivir desde este momento. Ya no éramos sino unos pasajeros, ya
pocos días unos amigos de todos los oficiales, que por [... ]
eran muy buenos
y los había de ilustración. No con ellos porque yo tenía mi l...]mayordomo
por $100 y Pepe con los otros [ ] destable por 60 cada uno; pero jugábamos,
comíamos y estábamos juntos día y noche. Estas amistades me proporcionaron
el saber que yo no venía asentado en la partida de registro, y que en
el barco no había más razón de mi venida que la que yo mismo había dado
la noche que nos embarcamos. Con este conocimiento, viendo que a nadie
comprometía, me propuse ponerme en salvo para la corte en el momento
que se me proporcionara ocasión.
Seguimos nuestro viaje en estos términos, sin más incomodidades que
I
las indispensables en la navegación, a pesar del buen tiempo que trajimos,
y que son mayores de lo que yo me había figurado; son el verdadero espejo
en que se conoce lo que puede la codicia del hombre y su atrevimiento. El
78
día de la Candelaria tuvimos uno de los espectáculos que ofrece esta terrible
invención. Uno de los barcos que nos acompañaban hizo seña de hacer
agua, y al medio [...] pedía pronto socorro: se le mandó arriara velas y con
una bocina dijo estaba haciendo cuarenta [... ] de agua por hora al [... ]demás barcos que arrimaran, yen señas y providencias llegó la noche que
fuera ponemos a todos en la consternación de contemplar perdidos a nuestra
vista tanto número de infelices! Qué noche tan larga para nosotros y tan
angustiada para los que comenzaban ya a hundirse. Vino el día y a los
primeros rayos de luz ya estábamos sobre el alcázar a ver si existían y los
reconocimos cerca de nosotros, y respiramos todos . . . . . . . . . . . . . 1.
http://www.bdigital.unal.edu.co/334/16/70_75.pdf
No hay comentarios:
Publicar un comentario